- 01 de octubre de 2024
La participación femenina en el movimiento de 1968 sigue siendo una historia poco contada, pese a su importancia en la organización, resistencia y la búsqueda de justicia.
El 2 de octubre de 1968 marcó un hecho trágico en la historia de México con la masacre de Tlatelolco, donde cientos de estudiantes fueron brutalmente reprimidos por el gobierno. Sin embargo, las historias de las mujeres que formaron parte de este movimiento han sido, en su mayoría, relegadas al olvido pese a la importancia que tuvieron en todos estos actos.
La labor de cada una de las mujeres fue esencial, no solo en los cuidados de sus compañeros, sino también en la organización de protestas, el espionaje y la lucha política que, en muchos casos, las llevó a la cárcel o a desaparecer. A más de cinco décadas, es necesario reconocer su lucha, sus sacrificios y su rol en la construcción de la memoria histórica del movimiento del 68.
¿Qué hacían las mujeres en el movimiento de 1968?
Cuando se habla del movimiento estudiantil, se resaltan las figuras masculinas como los líderes visibles del conflicto, pero poco se menciona el papel de las mujeres. No obstante, estas desempeñaron un rol fundamental, aunque sus acciones han sido históricamente invisibilizadas. Al igual que en la sociedad en general, las mujeres del 68 asumieron trabajos de cuidados que, aunque esenciales, no fueron reconocidos como parte activa de la resistencia.
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Las mujeres se organizaron para apoyar a sus compañeros. Recolectaban alimentos, los preparaban y organizaban las tareas no remuneradas que permitían el funcionamiento de las protestas. Sin embargo, esta labor, vista por algunos como una extensión de los roles tradicionales, fue en realidad un acto de resistencia política. Al cuidarse entre ellas y cuidar a los demás, las mujeres rompieron con el molde impuesto por una sociedad patriarcal.
Un nuevo espacio de lucha: De las cocinas a las calles
Las mujeres comenzaron a ocupar espacios de resistencia, ellas no solo se mantuvieron al margen realizando tareas de cuidado, sino que se volcaron a las calles, organizando reuniones y manifestaciones en mercados, transporte público, escuelas y otros espacios públicos. En muchos casos, esta fue la primera vez que algunas mujeres se unieron de forma activa a una lucha política.Estas acciones les permitieron sumar más voces a la lucha.
"Cocinar era nuestra función, y lo hacíamos bien. Pero también rompimos con ese rol. Convocamos reuniones espontáneas en los mercados, en las esquinas, en diversas colonias", recuerda Susana Rivas, militante del 68, en el ensayo El olvido de las mujeres asesinadas en el movimiento estudiantil de 1968 en México de Pech y Romero.
Espionaje y mensajería: Rompiendo estereotipos de género
Otro papel crucial que jugaron las mujeres fue el espionaje y la mensajería. Gracias a los estereotipos de género que las veían como inofensivas, las mujeres pudieron entrar y salir de instituciones ocupadas, llevar mensajes entre las distintas brigadas y pasar desapercibidas ante los ojos de las fuerzas represoras.
Algunas mujeres de clase media-alta incluso ofrecieron sus hogares y vehículos como refugios seguros para los líderes del movimiento. Su participación en estas actividades clandestinas demostró una valentía y audacia que a menudo ha sido ignorada por los relatos históricos.
Sin embargo, tras las detenciones masivas del 2 de octubre, el papel de las mujeres se volvió aún más importante. Organizadas en redes de apoyo, continuaron cuidando de los detenidos, visitándolos y llevándoles alimentos, asegurándose de que no cayeran en el olvido. Este trabajo, aunque esencial para la supervivencia de los encarcelados, fue minimizado y relegado en la memoria colectiva.
La invisibilización de su lucha: El precio del liderazgo masculino
La historia ha sido escrita desde una perspectiva en la que los hombres emergen como los principales líderes y voceros del movimiento. Este fenómeno no es casual, como señalan Deborah Cohen y Lessie Jo Frazier en su ensayo México 68: Hacia una definición del espacio del movimiento. Para que los hombres ocuparan esos roles de liderazgo, era necesario que la militancia femenina se percibiera como pasiva, lo que contribuyó a borrar y hacer invisible la participación de las mujeres.
Estas mujeres no solo cocinaban o realizaban tareas domésticas; también cuestionaron el autoritarismo del Estado y un sistema que percibió su emancipación como una amenaza. Muchas de ellas fueron abusadas, encarceladas, asesinadas, acosadas sexualmente y minimizadas, tanto por sus propios compañeros como por la sociedad en general. Su valentía y resistencia nunca recibieron el reconocimiento que merecen, a pesar de que su participación fue crucial para sostener la lucha.
El papel de las madres, esposas y hermanas en la búsqueda de justicia
Después de la masacre de Tlatelolco, la lucha no terminó. Las madres, esposas, hermanas y amigas de los desaparecidos y asesinados tomaron las calles en busca de justicia. Un ejemplo de ello fue la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas (UNMM), una organización que jugó un papel crucial en la movilización femenina y en la demanda de la verdad.
El 30 de septiembre de 1968, dos días antes de la masacre, más de 5,000 mujeres marcharon desde el Monumento a la Madre hasta la Cámara de Diputados en el centro histórico de la Ciudad de México, exigiendo la liberación de los presos políticos y el fin de la represión estudiantil. Esta marcha, convocada por la UNMM, reunió a madres de familia, trabajadoras, campesinas, intelectuales, maestras y artistas, todas unidas en un mismo clamor: justicia y libertad.
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El 2 de octubre, lo que comenzó como una manifestación pacífica en la Plaza de las Tres Culturas terminó en una masacre. Los relatos de las mujeres que vivieron ese día son estremecedores. Una de ellas, quien en ese entonces tenía solo 13 años, relata cómo asistió a la plaza junto a su hermana mayor y fue testigo de la brutal represión por parte de los militares. Su hermana fue detenida y llevada a la cárcel preventiva, mientras que su novio fue trasladado al Campo Militar número 1, donde permaneció varios días.
El legado de las mujeres del 68: Un camino hacia el olvido
Tras la masacre, muchas de las mujeres que participaron activamente en el movimiento continuaron con su lucha, pero en condiciones cada vez más difíciles. Martha López Portillo de Tamayo, presidenta de la UNMM en ese entonces, exigió la liberación de las mujeres encarceladas y la derogación del artículo 145 del Código Penal, que restringía severamente los derechos políticos de las mujeres.
Aunque estas acciones fueron fundamentales, las organizaciones femeninas que surgieron en las décadas posteriores ya no contaron con la fuerza ni la cohesión que caracterizó al movimiento de 1968. El legado de estas mujeres ha quedado, en gran medida, invisibilizado por el enfoque patriarcal de la historia.
El dolor y la resistencia femenina: Una lucha por la memoria
A 56 años de la masacre de Tlatelolco, la violencia del Estado sigue viva en la memoria de las mujeres que participaron en el movimiento estudiantil de 1968. Estas mujeres fueron más que simples espectadoras o auxiliares; fueron espías, organizadoras, mensajeras y líderes silenciosas en una lucha que buscaba un México más justo y libre.
Hoy, su participación sigue siendo un recordatorio de que la historia no puede ser completa si no se incluyen las voces de todas las personas que la construyeron. La lucha de las mujeres del 68 sigue siendo una fuente de inspiración para las generaciones actuales, que enfrentan sus propias batallas contra la desigualdad y la opresión. El reconocimiento de su papel es, más que un acto de justicia, una obligación con la memoria histórica de nuestro país.
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